La escuela del 'ayer': una lectura nostálgica
¿Cómo eran la escuela y los materiales escolares que los alumnos de “la escuela del ayer” utilizaban? En la lectura de este artículo encontrarás algunas respuestas.
NUEVATRIBUNA.ES | HISTORIA4 DE FEBRERO DE 2018, 20:04
Sobre textos de la Exposición: “El Libro y la Escuela”
(Biblioteca Nacional 1992 y ANELE)
Pocas cosas, en nuestro mundo contemporáneo, han sufrido cambios tan profundos y a la vez tan poco perceptibles para el observador, como los libros destinados a la educación y a la enseñanza. Sus cambios han sido parejos, cuando no precursores, de las transformaciones sociales y culturales, de la evolución de la sensibilidad y del gusto, de la aparición de nuevos valores y de nuevos hechos a los que prestar atención.
A pesar de las nuevas tecnologías, pocos podrán discutir que los libros educativos destinados a la enseñanza son, sin duda, un poderosísimo medio de comunicación y de transferencia, cuya discreta presencia no hace menos profunda su penetración. De ahí la atención que en otros momentos de la historia de la educación hayan sido objeto importante de todos los poderes. Y de ahí también la importancia que tenían que haber tenido en un auténtico marco de libertad para su desarrollo y difusión, haciendo imposible su utilización partidista o tendenciosa.
UNA MIRADA AL PASADO
En los momentos actuales, en los que se están aplicando nuevas y avanzadas tecnologías a los métodos de enseñanza, ¿tiene sentido traer a la memoria y recuperar de la escuela del “ayer” y hablar de la escuela y el aula tradicionales? ¿Merece la pena que muchos de los que nos educamos en épocas muy pasadas tendamos una mirada, distanciada en el tiempo y con la emoción del recuerdo a la escuela, el aula y los materiales, tal y como permanecen en nuestra memoria? Merece la pena visitarla y recordarla, no como un ejercicio de nostalgia, sino simplemente porque esos materiales forman parte de nuestra existencia, de nuestra historia y de ella ha recibido una herencia nada despreciable nuestra cultura actual. Ese modelo de escuela y esos materiales encerraban unos valores que es necesario conservar y de ellos aún hoy podemos sacar ejemplos y enseñanzas que no sería prudente abandonar.
¿Cómo eran la escuela y los materiales escolares que los alumnos de “la escuela del ayer” utilizaban? En la lectura de este artículo encontrarás algunas respuestas.
LA ESCUELA Y EL AULA
El acontecer diario de la escuela estaba ordenado por unas normas relativamente estrictas y generalmente conocidas. El maestro, adaptado a un marco de pautas aceptadas, difícilmente se daba cuenta dc que año tras año sus alumnos continuaban teniendo la misma edad, pero él mismo se iba haciendo más viejo; mientras, la sociedad cambiaba y progresaba.
Calendario, horario, plan de estudios, reglamento: lo normal era que se repitieran de un curso a otro; no se disponía de demasiados instrumentos para combatir la rutina y la apatía. Los maestros contaban con pocas oportunidades de perfeccionamiento y el sueldo, escaso, apenas permitía un mínimo consumo cultural y cambio. A pesar de todo, el sistema funcionaba. Cada escuela tenía sus libros de registro: matrícula, asistencia, contabilidad, correspondencia, inspección... La oración inicial daba comienzo a una jornada escolar que podía incluir operaciones de intendencia tales como el encendido de la estufa o la limpieza del propio local. Las actividades substantivas del plan de estudios se desarrollaban en un esquema que adjudicaba los momentos iniciales al lenguaje y al cálculo, para seguir luego con las lecciones de sociales y dejar para la tarde el dibujo, la caligrafía, el canto, los trabajos manuales y la educación física, que eran simples ejercicios de gimnasia... Esta cadencia sólo se alteraba por la vacación vespertina del jueves o por alguna visita esporádica, generalmente fiel, año tras año: el inspector, el fotógrafo o el visitador de alguna orden religiosa en recluta de aspirantes a clérigos o a sacerdotes...
La escuela era fundamentalmente el aula, la sala de clase. En la mayoría de los casos no disponía materialmente de otro espacio que ese volumen de planta rectangular, de amplias ventanas en una de sus paredes. En ese espacio trabajaban maestro y alumnos; en él tenía lugar lo sustantivo de la educación escolar: la instrucción o, con un término más moderno, la enseñanza. La clase tenía su propia decoración, y los muebles, materiales y los alumnos se disponían según criterios coherentes con unos conceptos pedagógicos propios de esa época. Dominando el conjunto, en la pared a la que se orientaban todos los alumnos aparecía “el crucifijo” y los símbolos del Estado (en especial, un retrato de Franco), junto con el reloj y la pizarra; sobre la que se escribía con tiza blanca la fecha del día, los temas, los ejercicios, las explicaciones, las muestras de caligrafía y las consignas religiosas y patrióticas… A su lado, sobre una tarima o estrado, y frente a los alumnos, la mesa del maestro. En sus cajones se guardaban los registros, las tizas, el sello, los cuadernos…; el resto, los pupitres de los alumnos, la estufa, el armario, donde se guardaban los materiales didácticos, especialmente los libros; en las paredes, mapas y láminas.
El aula, además de un escenario de trabajo, creaba vínculos sociales entre los alumnos; era un espacio de socialización, aunque excesivamente homogéneo.
Si el aula era el lugar de la clase, el lugar del trabajo del alumno era el pupitre. Asiento y mesa a la vez; servía de soporte para los útiles o materiales de escritura, como el tintero y la hendidura para colocar los lapiceros o la pluma, para los libros, los cuadernos o la pizarrita personal; disponía, además, de un cajón o estante para guardar los objetos que no se utilizaban en el momento. En la historia de la escuela se ha operado una enorme evolución en el diseño del pupitre. Inicialmente se trataba de bancos de madera, con mesas y asiento corridos, en los que se podían instalar, más o menos apretados, un número variable de alumnos. Posteriormente, el pupitre se hizo para dos alumnos, siendo éste el modelo clásico que define el concepto de pupitre escolar.
El pupitre clásico era de madera, y podía tener diversas articulaciones, el asiento abatible, incluida, a veces y según modelos, la tapa; ésta era inclinada. Los pupitres solían estar acoplados o atornillados al suelo, marcando así un sentido estático acorde con los conceptos de disciplina e inamovilidad imperantes en los usos pedagógicos. El pupitre, además, con su fijeza posicional, señalaba estatus y establecía relaciones sociales y pedagógicas muy significativas: la relación dual entre compañeros de mesa, que difícilmente era dejada al arbitrio de los propios alumnos, era una competencia casi exclusiva del maestro como forma de intervención socio pedagógica; la disposición en filas y columnas podía marcar diferencias de aprovechamiento o de grado. En cualquier caso, el pupitre era el lugar donde el alumno se sentía más poseedor de espacio, de materialidad, de territorio y en él progresaba en el difícil camino de construir su propia identidad.
OBJETIVOS MÍNIMOS: LEER, ESCRIBIR Y CONTAR
Hoy se hablaría de objetivos mínimos; entonces lo primero y principal de la actividad didáctica era dotar al niño -como se decía- de los rudimentos del lenguaje y del cálculo: leer, escribir, contar, medir, sumar, restar, multiplicar y dividir. O, de forma abreviada y más sencilla: lectura, escritura y las cuatro reglas.
Los planes y programas a partir de estos primeros objetivos guardaban en la escuela primaria tradicional menor importancia, especialmente los referidos a conocimientos; a veces, incluso, no se podían alcanzar en muchas escuelas rurales de maestro único, con escasos medios didácticos y en ambientes socioculturales pobres. No era tampoco importante la edad precisa para el comienzo en estos adiestramientos, se emprendía desde un primer momento y se cifraba el éxito en la precocidad de su adquisición. La relación personal y afectiva entre el maestro y el alumno tenía en estas actividades básicas su mayor virtualidad.
La jornada escolar tenía un momento culminante; era aquél en el que, por distintos métodos, todos los alumnos se ponían a leer. Lo hacían todos los días; era no sólo un ejercicio de aprendizaje de una técnica, sino también una tarea de mantenimiento de la destreza lectora, un medio de acceso a conocimientos diversos, una llamada a la disciplina y, sobre todo, una actividad para la creación de hábitos y actitudes. Lograr en los alumnos hábitos de lectura fue siempre, hoy también lo es, una de las mayores satisfacciones del buen maestro. Con los más pequeños había que trabajar los rudimentos de la técnica: el método era el de la marcha sintética, a partir de las letras, o, como mucho, de las sílabas. Sólo eran necesarios el catón, la cartilla y el encerado.
Los que ya sabían leer, lo hacían colectivamente sobre un libro, para perfeccionar la entonación, el ritmo o la expresividad... Los libros de lectura eran, pues, uno de los recursos materiales más significativos en la escuela tradicional. En ellos se vertían tanto conceptos sobre la sociedad y el individuo, como contenidos acerca del mundo, las letras, las artes o las ciencias... Tener una pequeña biblioteca de lectura en la clase era una de las grandes ilusiones del buen maestro. Textos como “El catón metódico”, “Silabario ilustrado”, “Lecturas escogidas para niños”, “Nueva España”, “Primer libro dc lectura”, “Lecturas graduadas”, “Nuevo catón” ... han sido libros clásicos de lectura; sin olvidar el más leído e importante (era lectura obligada en las escuelas), el inmortal "Quijote” de Miguel de Cervantes...
LA ESCRITURA Y LA CALIGRAFÍA
Aprender a leer era a la vez aprender a escribir. Además de un tiempo específico, para la escritura se requerían medios materiales propios, especialmente utillaje: las pizarras individuales, con pizarrines de piedra o manteca, éstos, más blandos y cómodos; el cuaderno rayado (con rayas simples o dobles), el palillero y la plumilla de mojar, los tinteros y el lápiz. Pero no se trataba sólo de saber escribir, había que hacerlo, además, formalmente bien, con buena letra; para ello se daba Caligrafía, que exigía cuadernos especiales v muestras; muestras que a veces eran suplidas por la habilidad del maestro en el encerado. Las plumillas tenían cortes y formas adecuados. La letra más habitual era la letra inglesa... La aparición del bolígrafo, unido a otras causas, supuso una revolución para estos aprendizajes y facilitó el que se fueran abandonando estas técnicas, tanto en la escuela como en la vida cotidiana. La mecanografía sustituyó a la caligrafía, y aquélla ha sido sustituida por el ordenador.
Contar, leer y escribir cifras y números, aprender el sistema decimal de numeración eran adquisiciones simultáneas a la lectura y escritura de la lengua materna. No había excesivas preocupaciones metodológicas ni relativas a la maduración psicológica: se entendía que la operación de contar era natural (no en balde los matemáticos hablaban de números naturales), y los dedos de la mano proporcionaban un primer e inmejorable recurso.
Los ábacos, nunca suficientemente valorados, constituían lo que hoy llamamos juegos pedagógicos, haciendo más fácil la árida aventura de los sistemas de numeración. Posteriormente vendrían los números en color o los bloques lógicos, con una preocupación mayor por el tratamiento básico del concepto de número y de las estructuras operacionales; mientras tanto, no faltaban maestros innovadores que se construían sus propios y originales artilugios didácticos. La metrología recibía también una especial atención, y los instrumentos de medida, desde la cadena agrimensora a los juegos de pesas y medidas, se guardaban en los armarios de todas las escuelas.
Sin embargo, quizá los peores tragos escolares los pasaba el alumno a la hora de memorizar las tablas de las operaciones de cálculo y de realizar las cuentas y los problemas correspondientes, ya fuera en la soledad de su pizarra o cuaderno, ya en la comparecencia pública del cálculo mental o de la salida al encerado o pizarra.
Si a la aridez de tales prácticas se unía la artificiosidad de los problemas de aplicación, no resulta extraño el escaso atractivo de la asignatura y la actitud en su contra por parte de muchos alumnos.
En la escuela había libros; en mayor o menor cantidad y variedad, pero los había. Sin embargo, el libro escolar por excelencia, junto con el de lectura, era la enciclopedia. Se trataba de un libro, por lo general sólidamente encuadernado, que incluía todas las materias del plan de estudios primario, adecuadas a las formas de trabajo escolares: contenidos, ilustraciones, ejercicios, resúmenes. Tal era el libro de texto, único, que el alumno debía manejar y asimilar a lo largo no sólo de un curso, sino de todo un ciclo (el concepto no es tan nuevo) o grado de enseñanza de los que, con criterio un tanto informal y no reglamentado, pero sí muy generalizado, integraban el conjunto del nivel primario. A saber: grado Elemental, grado Medio y grado Superior.
La enciclopedia tenía la ventaja de su economía, unidad de criterio y facilidad de transporte; fue objeto de fuertes reparos por provocar la enseñaba libresca y pasiva. Por ello fueron frecuentes los intentos de acentuar el carácter globalizador, interdisciplinar y activo, sin por ello abandonar la prestación material en forma de libro único: surgen así las concentraciones, las lecciones de cosas, los centros de interés o las unidades didácticas globalizadas. Conviene señalar que las enciclopedias constituían, cada una según su estilo definido por la editorial o por su autor, un verdadero sistema pedagógico, que se desarrollaba a través del libro del alumno, el libro del profesor, cuadernos, carteles y aun advertencias para los padres.
Para una sociedad como la actual, mayoritariamente urbanizada y solicitada por múltiples medios de comunicación e información, resulta difícil imaginar la vida alejada, aislada, de las comunidades rurales de hasta pocos decenios atrás. Sin televisión, ni cine, ni radio, ni prensa ilustrada, el acceso al conocimiento de otros países, de otros ámbitos, de otros espacios, resultaba difícil y muy limitado.
La Geografía era en la escuela, en gran medida, un ejercicio de imaginación, y la aventura de viajar se veía sustituida por la aventura de leer y, sobre codo, de leer aventuras. Así, los libros de viajes se constituían en el apoyo más eficaz, por interesante, de los programas escolares de la asignatura, formados casi exclusivamente por la Geografía Física (distribución de tierras, mares y accidentes geográficos) y por la Geografía Política (distribución de naciones y otras divisiones administrativas).
Estos libros de viajes resultaban atractivos no sólo por sus ilustraciones (acordes en su pobreza con los medios de la época y con las limitaciones impuestas por el precio de venta de los libros escolares) sino también por el componente de fantasía que tenían, tanto en sus detalles descriptivos como en la trama del periplo relatado. En realidad, eran una versión, más o menos académica, de una forma literaria usada desde la antigüedad: el viaje novelado.
El maestro disponía, lo mismo que en la actualidad, de unos medios clásicos e insustituibles en la enseñanza de la Geografía: los mapas y los globos terráqueos.
Probablemente, la cartografía ha evolucionado técnicamente y mejorado de forma sustancial en estos tiempos; pero produce admiración contemplar los magníficos mapas y las variadas esferas de que disponían algunas escuelas.
La Historia que se trabaja en la escuela primaria era, antes que nada, “Historia de España”. Referencias a otros ámbitos sólo aparecían cuando eran ineludibles en su relación directa con los hechos del pasado nacional. Estos tenían invariablemente un carácter puntual y se enmarcaban en la sucesión de reyes, caudillos y otros entes de poder; los sucesos militares o políticos, en un sentido muy limitado de mecanismos o episodios de acceso o pérdida de poder gobernante, constituían, pues, la trama de la Historia de nuestro país que se transmitía en nuestras escuelas. El aprendizaje de la lista de los reyes godos es una anécdota muy significativa de este talante.
Estaban ausentes, pues, otras consideraciones de orden económico, cultural o social, como también un sentido supranacional del pasado histórico, basado en unos conceptos globales de espacio y tiempo.
Los libros de texto, los de lectura y las partes oportunas de las enciclopedias evidenciaban la orientación ideológica dominante en cada momento. Se produjeron frecuentes depuraciones de textos coincidiendo con cambios políticos bruscos. La última, en los años cuarenta, dejó en las escuelas, casi exclusivamente, una visión histórica constituida por una sucesión de gestas más o menos imperiales, en las que el triunfo de los ideales cristianos y monárquicos marcaba los instantes de esplendor: la Reconquista, el Descubrimiento y Colonización de América y el Alzamiento Nacional.
Una de las preocupaciones constantes de nuestros educadores primarios ha sido la de formar buenos españoles, ciudadanos amantes dc su patria, que empiecen cuanto antes a conocer sus bellezas y sus riquezas, así como los hechos de sus moradores de antaño, especialmente las gestas heroicas: de esta manera, llegarían a amar a España y, si el caso se presentara, a defenderla con su sangre y aun con su vida.
No es extraño, pues, que el tema de España apareciera con frecuencia y hasta con preeminencia en enciclopedias. libros de lectura, cartografía, muestras de caligrafía y dibujo, etc..., dando lugar, por cierto, a una aplicación que podría considerarse como una anticipación del tratamiento interdisciplinar del trabajo didáctico. Justo es señalar que el tema adquiría mayor relevancia en épocas de centralismo y absolutismo, muy en consonancia con el concepto de patria que forma parte del síndrome ideológico de este tipo de orientaciones políticas.
En cualquier caso, el enfoque era por lo general bastante optimista cuando no decididamente triunfalista. Los mapas pictográficos mostraban una abigarrada abundancia de productos naturales e industriales. Las portadas de los libros eran muy ilustrativas acerca del concepto de raíz histórica de la patria española que se intentaba transmitir. Las imágenes más repetidas eran las del castillo, la catedral, el guerrero cristiano y el monje medievales, y quizá alguna alusión a los comienzos de la Edad Moderna con decoraciones renacentistas o una carabela colombina.
URBANIDAD Y BUENAS MANERAS
De antiguo se sabe que educar no es tanto, o no es solamente, proporcionar al niño conocimientos cuanto crear destrezas, hábitos y, en última instancia, actitudes. La intencionalidad de promover comportamientos ajustados a cánones de convivencia y conducta individual y social animaba la instrumentación y el quehacer escolar en lo que venía a llamarse, tanto en la escuela como en la vida ordinaria, “la urbanidad”. Las buenas maneras, la conducta apropiada a cada ocasión, el respeto en relación con la autoridad, la edad o las categorías sociales establecidas, las reglas de protocolo, eran el contenido fundamental, como también el desarrollo de actitudes favorables al trabajo, al ahorro y a la previsión.
Los textos en los que estos contenidos se expresaban eran relativamente variados, la mayoría dentro de la categoría de libros de lectura. De estructura y orientación diversas, se encuentran tres tipos característicos: En primer lugar, las exposiciones sistemáticas, ilustradas con ejemplos y anécdotas reales o ficticias, del presente o de la historia, acerca de las distintas facetas del comportamiento humano, positivas y negativas, y sus correspondientes consecuencias. En segundo lugar, las fábulas morales, desde las clásicas de Esopo o Samaniego a otras redactadas ex profeso. Por último, y éste quizá sea el tipo más interesante, los relatos centrados en un paradigma o niño/a modelo, que personificaba las virtudes humanas y se presentaba como ejemplo a imitar, y entre los que había marcadas diferencias según el sexo, las categorías profesionales y aun las clases sociales.
Pero era fundamentalmente en los contenidos del aprendizaje donde se diferenciaba a los sexos. La mujer orientaba su educación de modo primordial hacia la familia, con vistas a convertirse en una buena esposa y madre; labores de aguja (tanto de utilidad como de adorno), cocina, economía doméstica y puericultura componían, junto con juegos y ejercicios físicos exclusivos, un currículum específico de educación femenina decididamente sexista.
Los modelos femeninos (Flora, Juanita, Maribel) evidenciaban esta inmanencia. En cuanto a otras posibilidades de estudio, el modelo, prácticamente exclusivo, estaba muy a mano y era doblemente motivador: la propia “señora maestra”, o mejor, “la señorita”, cuyas virtudes maternales parecían dedicarse, casi sacerdotalmente, a la educación de sus alumnas.
No se ponía en duda que la familia y la Iglesia, a través de las Parroquias, tuvieran un papel primordial en la formación religiosa de los niños; pero tampoco se dudaba de que la escuela, tanto pública, corno privada, por la misma razón que se encontraba presidida por el Crucifijo, tenía que encargarse de una parte importante de aquélla, como era la de la enseñanza de los conocimientos acerca del dogma y la morar de la religión católica.
Se ponía tanto cuidado en aprender la literalidad de los conocimientos, por la importancia que se daba al aprendizaje memorístico, que en ocasiones se descuidaba la formación de una conciencia religiosa o la comprensión del sentido de lo aprendido.
Para muchos ciudadanos son clásicos los catecismos Ripalda o Astete; conocieron varias ediciones, invariables en su contenido, en su vocabulario y en la forma tan característica dc preguntas y respuestas; este sistema sirvió para muchos campeonatos locales, provinciales y nacionales en los que a los niños finalistas se les premiaba con hermosos y vistosos diplomas de religión, que aún hoy se pueden ver enmarcados en muchas casas.
Junto al catecismo, la Historia Sagrada, referida especialmente al Antiguo Testamento, observaba una forma muy primitiva de series casi intemporales de relatos; el Evangelio se trataba en las tardes de los sábados, siguiendo los ciclos litúrgicos. La sucesión en el tiempo de todas estas narraciones, por más que estuviese solamente esbozada, no guardaba relación con la que tenía lugar al tratar la historia civil, de modo que nada ayudaba a formar, siquiera incipientemente y de modo adecuado al desarrollo intelectual de los alumnos, una idea temporal del acontecer histórico.
La preparación a las primeras comuniones, las prácticas del mes de mayo y las Jornadas de la Santa Infancia y el Domund, eran momentos importantes en el año escolar, que muchos ciudadanos de entonces conservarán frescos en la memoria.
LA NATURALEZA Y EL CUERPO HUMANO
Si en las Ciencias Sociales, especialmente la Historia, la preocupación científica era mínima o simplemente no existía, primando las cuestiones ideológicas o pragmáticas, en el tratamiento de la naturaleza existía un mayor interés por el rigor científico. El cuidado de los textos y de las ilustraciones son una muestra. Se recurría a las láminas y carteles que colgaban, junto a los mapas en las paredes del aula o en el laboratorio, en las escuelas que contaban con él.
En los centros mejor dotados, el laboratorio y el Gabinete de Ciencias Naturales ofrecían a los alumnos el contacto directo con colecciones muy variadas: fósiles, plantas, insectos y animales... Muchos maestros hacían de los paseos y excursiones, auténticas jornadas pedagógicas de descubrimientos e investigación, practicando una verdadera enseñanza basada en la realidad.
Entre todos los centros de interés que ofrece la Naturaleza para su estudio en la escuela, el cuerpo humano era el principal.
Con el nombre de Fisiología e Higiene tenía un planeamiento específico como disciplina escolar. Los materiales didácticos para su estudio eran ricos y variados: libros de texto y lectura, láminas, carteles, ilustraciones, “homoclásticos” y modelos de órganos y funciones. Excluidos los aspectos sexuales y genéticos, su tratamiento era muy completo.
Este simple esbozo de cuestiones de nuestra “escuela del ayer” pretende servir de recuerdo y de estímulo a cuantos hoy se hallan embarcados en esta hermosa tarea de la educación. Ir descubriendo fragmentos de un mundo que enmarcó la infancia a tantos ciudadanos puede ayudar a conocer mejor hoy el mundo que nos rodea. Asumir esta herencia puede servir para comparar y reflexionar positivamente sobre los medios didácticos que los profesores y alumnos de hoy poseen para la enseñanza. Si con aquellos libros de textos y escasos materiales pedagógicos surgieron tantas generaciones bien formadas y tantos ciudadanos ilustres, ¡cuántos no deberían surgir con los medios actuales!